Sintió el primer pinchazo en la planta del pié, agudo, extremo, pero asombrosamente reconfortante. Cuando el agradable dolor se iba extendiendo por ambos pies, la sensación empezó a subir por sus gemelos, parándose momentáneamente, caprichosa, por detrás de sus rodillas, justo como ella hacía cuando jugaba apasionada y le apetecía detenerse en sus zonas exógenas. Observaba la creciente luz que se levantaba y tomaba forma ante sus ojos, a cada segundo más intensa. El dolor le invadía, y aun habiendo podido luchar fácilmente contra el, no lo hizo; se había asegurado de tomar todas las precauciones necesarias para, en el caso de un súbito arrepentimiento, no poder remediar lo que tanto tiempo y coraje le había llevado. Cuando las punzadas se hicieron insoportables, en ese mismo instante reconoció la figura que se erguía delante de el, orgullosa, elegante, bella. Justo cuando los dedos incendiados le alcanzaban amenazantes el rostro, sucumbió al dolor, pensando mientras caía en la nada, todo el tiempo que lleva escribir toda una vida de amor, y lo rápido que lo consume todo el fuego abrasador. Lo que escribes te destruye, lo que quemas te posee.
BreatheSlowly
Ya que has entrado en este pequeño espacio, por favor, hazlo con calma, respirando despacio, sintiendo como el aire llena, no sólo tus pulmones, sino todo tu cuerpo...Todo va muy deprisa, pero yo no quiero olvidar lo que dijo Dalí: “La vida es aspirar, respirar y expirar….”
Arritmia
Como cada domingo,
leíamos el periódico juntos, acompañándolo de un interminable
desayuno, tranquilos. Un pequeño placer que tardaba en llegar una
elipse semanal, deseosos de compartir tiempo, de unir nuestros mundos
en un eclipse que se alargaba todo el día, y en el que conseguiamos
hacer salir las estrellas y ver cometas que tardarían en volver a
pasar siete días sin sus noches por las lunas de nuestras retinas.
Comentábamos noticias repetidas del domingo anterior, resolviamos de
memoria crucigramas con los días de nuestros encuentros, y al llegar a
la hoja de orbituarios vimos en la esquina superior un pequeño
cuadrado que indicaba la fecha de extinción de nuestro universo.
Encerraba la hora exacta en la que mi sol se apagaría helado por tu
luna, que ante mí, jamás volvería a ver lucir llena y serena.
Comprendimos al instante, sonreímos y nos miramos, y sin mediar
palabra decidimos retar aquella tinta que nos daba 24 horas para el
final. El desayuno, por primera vez quedó a medias, y la música
seguía sonando cuando soltando nuestras manos al salir del portal tu
decidiste girar a la izquierda, y yo seguír todo recto por la calle
que a tí nunca te gustó pisar. Al alejarnos no podía parar de
recordar el camino exácto que hice seis meses atrás; aquel
fatídico día invernal en el que ocurrió el milagro de nuestro
pequeño Big Bang.
Tinta de verano.
Me prometiste que no me reprocharías mis faltas de ortografía, que mis exclamaciones fuera de lugar no te molestarían, que serías comprensivo con aquel dichoso punto y coma que tantas veces dejaba vacío. Te amenacé con borrarlo todo sino hacías que esos puntos y a parte se transformaran en seguidos; ignoré lo que viene después de los dos puntos y ya ha sido previamente advertido. Hubo una temporada que estuve tan enganchada a aquellos interminables guiones que acabé mareada, vomitando ácidos puntos suspensivos que sabían a fresa y envolvías en cariño. Tus comillas siempre tan sarcásticas y ajenas, mis comillas tan vulgares y serias; aprendí que todo lo que empieza simple se puede duplicar o terminar por odiar. Gritábamos, desesperados, buscando las llaves que abrían los malditos corchetes mentales perdidos dentro de tanto paréntesis y sus variables. Olvidamos que nacimos de la comunicación, y nos empeñamos en aprender un idioma sin tildes para ver quien cargaba cada vez con menos signos de interrogación...quisimos aprender una lengua sin normas ni acentuación, y por extenuación, peleamos hasta gastar toda la tinta que bombeaba nuestro corazón. Pasó el tiempo y al no saber donde poner el punto final, tu te llevaste los signos de puntuación a otro lugar, y yo me quedé tejiendo sola con los puntos que no lograste poner sobre mis ies, un colorido collar.
Mind the gap.
Iba montado en su coche McLaren descapotable, despreocupado y sin prestar atención a nada más de unos pocos segundos, pero sin dejar de observar todo lo que ocurría a su alrededor. Se me antojó alegre, vivaz e ingenuo, aunque de alguna forma bastante infantil, parecía demandar la atención de todos los que por allí pasaban, que sin fijarse en el, en un primer momento, acababan mirando y sonriendo; bien por el espacio que ocupaba, o porque percibían lo mismo que yo, como en una especie de hechizo, sabiendo que era un tipo con suerte al que la vida sonreía. Al mirarme y fijar sus enormes ojos grises en mi me transmitió su alegría infinita, pero de pronto sentí la frialdad de la pena, al saber que no sería eterna. No hubo intercambio de palabras, no tanto por las circunstancias que nos rodeaban a ambos, sino porque sus limitaciones, más que evidentes desde el primer momento nos lo impedían. Supe que un caprichoso error del destino se interponía en nuestros caminos, y que cuando nos cruzara de nuevo, no nos reconoceríamos. Sonreí al comprender que a el me lo había encontrado para hacerme recordar que la felicidad inconsciente se llega a olvidar un día, y a partir de entonces se debe perseguir de forma incansable, cada instante, y de por vida. Cuando le miré por última vez el ya estaba absorto mirando a esa mujer mucho mayor, que de forma tan dulce besaba su cara y le colocaba el chupete con tanto amor.
Pinzamientos
Mi piNZa |
Galanina
¿Cómo puede habitar el ser humano en condiciones tan adversas o extremas? ¿Qué necesidad tiene de vivir bajo amenaza continua de sufrir una catástrofe natural? Esta pregunta le puede rondar por la cabeza a mucha gente cuando por casualidad se hace eco de ello a través de cualquier medio de información, pero esas preguntas tardan en disiparse lo que se tarda en pasar la hoja del periódico, cambiar de canal, o recibir un whatsapp. Cuando has vivido en un lugar amable y apacible (o en varios) buena parte de tu vida, y de repente la metes en una maleta y te la llevas a otro lugar donde, diariamente, estás bajo ese tipo de amenazas, aquellas preguntas cobran una fuerza atómica, y una vez que detonan en tu cabeza, termina la paz. Pasado el tiempo, cuando ha acabado todo y ya no piensas en ello, un buen día, mientras esperas el metro después de salir del trabajo y observas con angustia a una pareja en plena batalla campal, de repente y sin venir a cuento algo se conecta, y te asalta la más simple respuesta a aquellas preguntas que ya no te importan: desconocimiento previo y adaptación. Sed de poder y conquista, curiosidad, necesidad...todas ellas y muchas más son las razones que nos han llevado, e irremediablemente nos llevarán a perdernos para descubrir tierras nuevas y lugares lejanos, siendo sólo a posteriori cuando tomamos conciencia de esos factores nunca imaginados. Casi siempre sobrevivimos y nos adaptamos, a veces perecemos, y otras, puede que después de sufrir sacudidas, vendavales y otros males, tengamos suerte de salir airosos, y hasta victoriosos. Incluso con la cantidad de información de la que disponemos hoy en día, nunca podremos anticipar como nos van a afectar los diferentes factores a los que aun queriendo nos tendremos que enfrentar, y ahí es donde encontrarás la maravilla humana; según convenga haremos ecuaciones y valoraremos los riesgos, pérdidas o ganancias que cada uno calculará a su antojo; unos convenciéndose de que los riesgos son demasiado elevados para cambiar nada, otros, asumiendo que los cambios siempre reportan beneficios. Gracias a estos últimos, conocemos el mundo como es hoy, lleno, diverso, hermoso, y si, peligroso. Llevado a un nivel micro, hay gente que se conforma con su vida tal y como está, otros hacen lo que los demás consideran que está bien, otros prefieren sufrir tempestades si ese es el precio a pagar por llegar un poco más allá. El ser humano desconoce los factores y variables del ahora, que sólo cobran sentido en el después, y entonces, a veces, ya se está demasiado acostumbrado al pasado para cambiar algo o dejarlo.
14 Estaciones
Si todo fuese perfecto, cada vez que entro en el metro saldría una persona para pillar yo su asiento y siempre llegaría a tiempo. Si todo fuese ideal, no habría ninguna almendra amarga en la bolsa de frutos secos que compré ayer y aparece justo cuando había decidido que esa era la última que iba a comer. Si todo fuese como yo quiero habría canciones que no terminarían, otras ni se escucharían. Si pudiera, haría que nunca lloviera por el día, menos cuando lo necesite como excusa para echar el freno, y así encerrarme para enfrentarme a esa persona que a veces tanto temo y me encuentro en cada maldito espejo. Me hace gracia ahora que lo pienso, mientras suena una canción que no debería terminar, las veces que sueño con cambiar todo aquello sobre lo que no tengo poder; así me paso el día: sin acabar las cosas que me quedan por hacer. Podría cambiar mi nombre y convertirme en una mujer fatal, arrojar el teléfono al mar, inventarme una nueva vida en otro continente, dejarme llevar por la corriente y encontrar algo real por lo que poder apostar. Podría decirte que no te quiero, echarle valor y dejarlo todo en el tintero, destrozar todas las cartas de amor, publicar tus fotografías, largarme con el cartero que todos los días traía con el correo tu cariño empaquetado en la distancia; el único de los tres que con el paso del tiempo, demostró tener valor y constancia... podría escucharle de verdad, ser amable, llevarme bien con el en vez de pelear, pero como siempre que me juego las cartas con la dama del corazón prefiero acabar siendo el perdedor, para sin que ella lo sepa quedarme sólo con lo mejor. Debería hacerlo todo realidad; volver a estudiar, olvidarme de hablar inglés, aprender alemán y francés, pintar, cantar, e incluso aprender a bailar. Tantas y tantas cosas podría que me pierdo, soplando pompas de jabón al viento, resolviendo un complicado sudoku en el metro con los números de nuestro nacimiento...
Alea jaci est!
Creemos que existe una razón para todo lo que nos ocurre, justificándolo al afirmar con esperanza que mañana todo volverá a ser mejor, que algo nuevo y excitante vendrá a buscarnos para hacerlo cambiar. Aceptamos que el destino controla sus cuerdas sobre nosotros sin que las podamos cortar, alargar o mover en otra dirección, impasibles y viendo como los acontecimientos vienen a buscarnos, se detienen sin pedirlo ni desearlo, para luego dejarnos, sin llegar a olvidarnos. Nos convencemos de que aprendemos con cada paso, y más aún si es en falso, y aceptamos que todo ocurre por nuestro bien, para crecer, para no volver a caer... entonces de repente todo cede y se afloja; las extremidades se liberan, notamos que flotamos, sentimos el alivio de ese "destino" que nos pierde de vista un momento mientras les ajusta a otros las cuerdas, estirando un poquito más. Son esos momentos los que aprovechamos al máximo y a los que nos enganchamos, diciendo que merecen la pena, que nos hacen sentir plenos; preciosos instantes que al quedarse grabados repetimos en nuestra cabeza cuando de nuevo todo
se tensa y despertamos en ese aburrido lugar donde de nuevo toca aprender, asimilar, y nos convencemos que no puede ser siempre igual y que bueno,
ahora toca llorar. La aceptación, junto con la ignorancia, puede ser el lugar más placentero que encuentres en el camino, un limbo terrenal en el que ni haces ni deshaces, porque tus cuerdas ya están vendidas al peor postor; la resignación y adicción a esa extraña forma de belleza que también puede ser la tristeza. Aquel que busca ser libre elige la opción más dolorosa e incómoda y no se conforma; persigue verdades, porqués y se transforma al hundirse en las arenas movedizas de sus deseos de por vida, la suya, sin culpables ni dioses y se corta las muñecas antes de atarse a algo que aunque le deja respirar no le permite andar. Cuando hayas caído al vacío en el que sólo te puedes aferrar a la nada, serás libre para elegir el camino.
Relieves
Leo la historia de tu vida con mis dedos; te recorro. Táctilmente descubro tu pasado y, como ocurre siempre, busco signos de tu futuro, que se me antoja vacío. Tus manchas; resquicio de los huracanes que dejaron los que pasaron por tu cuerpo antes de que yo firmara en el por primera vez, con tinta de color esperanza. Tus lunares me señalan las coordenadas de las playas donde decidiste descansar de tu vida, donde pensaste en comenzar de nuevo, donde le prometiste al sol que nunca le abandonarías. Las constelaciones que forman esos lunares solares me dicen que tu signo de crecimiento no coincide con el de tu fecha de nacimiento, que fue muriendo cuando dejaste de tener fe en la vida a la que estabas destinada. Las durezas de tus delicados pies apuntan hacia las montañas que escalaste, para culminar la cima de tus inseguridades. En las dunas de tus caderas siento las estrías que van naciendo por la sequía de afecto. Las yemas de mis dedos leen en tu piel lo que tu intentas esconder y ocultar, a mi, a ti. Pero la escritura de tu epidermis me desvela las mentiras que me cuenta tu boca, hechas en la fábrica de tu cerebro. La vida que intentas ocultar a mis ojos velados, la revela sin tapujos el braille de tu cuerpo. Últimamente pienso en hacer un libro con tu dermis; me gusta más leerte que vivirte, pero primero tengo que matar mi curiosidad por tu mañana.
Complemento indirecto
Te encuentro; en el aroma del ascensor que me lleva a la calle, en la canción que escucho en la radio volviendo del trabajo, en los mails de respuesta automática que me escribes diciendo "estoy fuera de la oficina", en el contestador automático que me susurra "el buzón de voz del número al que llama está lleno", en tus palabras, nacidas de un agudo pitido que me piden que deje un mensaje después de oir la señal. Te siento en los platos aún calientes del lavavajillas que dejaste puesto, te veo en las conversaciones que tengo con tu reflejo de vaho en el espejo del baño. Me gusta alimentarme de los bordes de la pizza que quedan cuando ya has devorado el interior de sus límites. Me relajo en el agua tibia que permanece después de que hirviendo la hayas enfriado con tu gélida esencia. Construyo un nuevo día lleno de rayos de sol con las cenizas que encuentro de la noche que has abrasado. Disfruto con el molde de tu cuerpo hecho de sábanas de algodón cuando ya has desaparecido. Sueño mi futuro mirando en los posos del café que has bebido intentando despertar de tu pasado.
Los opuestos se atraen; a veces se complementan tanto, que nunca se encuentran.
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