Fuego abrazador

Sintió el primer pinchazo en la planta del pié, agudo, extremo, pero asombrosamente reconfortante. Cuando el agradable dolor se iba extendiendo por ambos pies, la sensación empezó a subir por sus gemelos, parándose momentáneamente, caprichosa, por detrás de sus rodillas, justo como ella hacía cuando jugaba apasionada y le apetecía detenerse en sus zonas exógenas. Observaba la creciente luz que se levantaba y tomaba forma ante sus ojos, a cada segundo más intensa. El dolor le invadía, y aun habiendo podido luchar fácilmente contra el, no lo hizo; se había asegurado de tomar todas las precauciones necesarias para, en el caso de un súbito arrepentimiento, no poder remediar lo que tanto tiempo y coraje le había llevado. Cuando las punzadas se hicieron insoportables, en ese mismo instante reconoció la figura que se erguía delante de el, orgullosa, elegante, bella. Justo cuando los dedos incendiados le alcanzaban amenazantes el rostro, sucumbió al dolor, pensando mientras caía en la nada, todo el tiempo que lleva escribir toda una vida de amor, y lo rápido que lo consume todo el fuego abrasador. Lo que escribes te destruye, lo que quemas te posee.