Miramos con miedo al futuro, a los cambios, y siempre tememos que nuestro pequeño mundo particular se vea alterado; igual da que sea por un despido, o un mero cambio de domicilio. Nos cuesta ir a un bar nuevo, hablar con gente nueva, o dejar de hacer ambas aunque estemos cansados de ello. Llevamos puestos uniformes familiares, culturales, sociales, sexuales...y los llevamos aunque nos queden cortos, nos aprieten, odiemos los cuadros o sus colores. Nos quejamos de lo que tenemos, pero ojito, que no lo toque nadie. No dejamos lugar a la sorpresa, a los pequeños milagros que operan cada día a nuestro alrededor, a que sacudan nuestra inercia, a que golpeen nuestras creencias y principios; y así vivimos, soltando por la boca lo únicos que somos. Mentimos, nos creemos las mentiras; las mentiras nos mienten. Somos lineales, en vez de pensar que todo es una gran maraña de cables que nos conectan a otras cosas que no tienen nada que ver, pero que no por ello son menos importantes; son esos mundos paralelos que no nos interesan. Un despido inesperado puede hacer que llegues a conocer a alguien de suma importancia en tu vida, así como romper con amistades mohosas puede hacer que termines sirviendo piñas coladas en haway. Todos, en cortezas más o menos profundas de nuestro mundo deseamos que hagan temblar nuestros pilares con detonaciones emocionales, granadas intelectuales o misiles sexuales, aunque sólo sea momentaneamente, para volver después a nuestra mundo cueva, pensando que somos únicos...