Ya que has entrado en este pequeño espacio, por favor, hazlo con calma, respirando despacio, sintiendo como el aire llena, no sólo tus pulmones, sino todo tu cuerpo...Todo va muy deprisa, pero yo no quiero olvidar lo que dijo Dalí: “La vida es aspirar, respirar y expirar….”
Miramos con miedo al futuro, a los cambios, y siempre tememos que nuestro pequeño mundo particular se vea alterado; igual da que sea por un despido, o un mero cambio de domicilio. Nos cuesta ir a un bar nuevo, hablar con gente nueva, o dejar de hacer ambas aunque estemos cansados de ello. Llevamos puestos uniformes familiares, culturales, sociales, sexuales...y los llevamos aunque nos queden cortos, nos aprieten, odiemos los cuadros o sus colores. Nos quejamos de lo que tenemos, pero ojito, que no lo toque nadie. No dejamos lugar a la sorpresa, a los pequeños milagros que operan cada día a nuestro alrededor, a que sacudan nuestra inercia, a que golpeen nuestras creencias y principios; y así vivimos, soltando por la boca lo únicos que somos. Mentimos, nos creemos las mentiras; las mentiras nos mienten. Somos lineales, en vez de pensar que todo es una gran maraña de cables que nos conectan a otras cosas que no tienen nada que ver, pero que no por ello son menos importantes; son esos mundos paralelos que no nos interesan. Un despido inesperado puede hacer que llegues a conocer a alguien de suma importancia en tu vida, así como romper con amistades mohosas puede hacer que termines sirviendo piñas coladas en haway. Todos, en cortezas más o menos profundas de nuestro mundo deseamos que hagan temblar nuestros pilares con detonaciones emocionales, granadas intelectuales o misiles sexuales, aunque sólo sea momentaneamente, para volver después a nuestra mundo cueva, pensando que somos únicos...