Tinta de verano.

Me prometiste que no me reprocharías mis faltas de ortografía, que mis exclamaciones fuera de lugar no te molestarían, que serías comprensivo con aquel dichoso punto y coma que tantas veces dejaba vacío. Te amenacé con borrarlo todo sino hacías que esos puntos y a parte se transformaran en seguidos; ignoré lo que viene después de los dos puntos y ya ha sido previamente advertido. Hubo una temporada que estuve tan enganchada a aquellos interminables guiones que acabé mareada, vomitando ácidos puntos suspensivos que sabían a fresa y envolvías en cariño. Tus comillas siempre tan sarcásticas y ajenas, mis comillas tan vulgares y serias; aprendí que todo lo que empieza simple se puede duplicar o terminar por odiar. Gritábamos, desesperados, buscando las llaves que abrían los malditos corchetes mentales perdidos dentro de tanto paréntesis y sus variables. Olvidamos que nacimos de la comunicación, y nos empeñamos en aprender un idioma sin tildes para ver quien cargaba cada vez con menos signos de interrogación...quisimos aprender una lengua sin normas ni acentuación, y por extenuación, peleamos hasta gastar toda la tinta que bombeaba nuestro corazón. Pasó el tiempo y al no saber donde poner el punto final, tu te llevaste los signos de puntuación a otro lugar, y yo me quedé tejiendo sola con los puntos que no lograste poner sobre mis ies, un colorido collar